Sunday, October 23, 2005

Nuestro santo


Como familia hemos tenido el regalo de disfrutar de la naturaleza. Hemos tenido la suerte que gozar del campo donde vivieron nuestros antepasados, crecieron nuestras mamás y nos conocimos como primos. Ese campo no lleva un nombre cualquiera sino el del nuevo santo chileno.

Fue nuestro abuelo quien, con enorme sabiduría, bautizó la generosa tierra que nos regaló innumerables momentos de alegría con el nombre de Padre Hurtado. Escogió ese nombre porque fue un lugar de enorme importancia para el sacerdote, ya que en la Casa de Ejercicios Espirituales de los Jesuitas ubicada en dicha zona, Alberto pudo encontrarse de cerca con Cristo y hacer más fuerte su compromiso con los más débiles.
Por eso el nuevo santo tiene muchos vínculos con la tierra que tanto queremos.

Alberto Hurtado también tuvo la suerte de gozar con la naturaleza. Sin lugar a dudas, los hermosos parajes del campo de su infancia, ubicado en la zona de Casablanca, quedaron en su memoria como alegres y apacibles días de juegos, libertad y unión familiar. Y entre las numerosas prédicas de este santo, que puso su mayor esfuerzo en la defensa de los más pobres, también hubo palabras de admiración a Dios por sus creaciones.

“Yo sé que Dios es belleza. Toda la belleza del universo arranca de Él como de su fuente. Las flores, los campos, los cielos, son bellos, porque como decía san Juan de la Cruz, “pasó por estos sitios sus gracias derramando, y con sólo mirarlos, vestidos los dejó de su hermosura”. ¡Y los montes austeros! ¡Y el mar que se rompe! ¡Y la noche estrellada!”, escribió el santo.

“La madre con su hijo: belleza de ternura. Dos jóvenes que se aman, que se quieren. El obrero que lucha por la justicia, sufre y se santifica por ella. El minero que a riesgo de su vida, se lanza a salvar a su compañero. La enfermera que vela cariñosa sobre el enfermo. El patrón que levanta a su trabajador”.

“Todo eso es bello, muy bello, y hay que renovarlo en el mundo, y gozar con ello, y deleitarse y ensanchar el espíritu. Todo esto es una huella de Dios. Y se encuentra a Dios más perfecto, cabal, sin deficiencias, llevado a un grado infinito. Y ese Dios, Él, y no otro, será mi vida, mi alegría, mi amor”, agregaba.

Para el santo chileno la naturaleza es una de las más bellas manifestaciones de Dios; son las gracias que derrama el padre creador y, como familia, tenemos una especial vinculación con una tierra que lleva el nombre de este santo.

Se trata de un privilegio y un desafío. El privilegio de sentirnos vinculados por siempre con uno de los hombres que más amó su patria y regaló todo su amor hacia ella. Y el desafío de colaborar en su tarea; esa que puso el acento en el amor a los más pobres, los más débiles y necesitados.

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